No había nadie en todo el país de Kemet que dudara de que Amenhotep, hijo de Hapu, era el hombre más grande de su tiempo. Aseguraban que todo Egipto estaba en su corazón, el órgano en el que residía el entendimiento, y que, por tanto, no se le escapaba ningún detalle o acción que tuviera lugar en su tierra; desde la lejana Naharina, en la frontera con Mitanni, hasta la cuarta catarata, en el país de Kush.
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