Hace diez años, el director del Archivo General de Palacio, Juan José Alonso, conoció en Bruselas a un anciano que, de niño, había ido a agradecerle a Alfonso XIII las gestiones que hizo a favor de su padre, prisionero de los alemanes en 1914. Así surgió una idea que hoy se plasma en la exposición Cartas al Rey, de la que Alonso es comisario.
Todo empezó por la carta de una lavandera francesa dirigida personalmente a “le Roy d’Espagne Alphonso XIII”, pidiéndole que buscase a su marido desaparecido en combate. Ya lo había solicitado a la Cruz Roja sin éxito, pero Alfonso XIII, sin intervención del Gobierno, ordenó al embajador español en Berlín buscar al desaparecido, y lo encontró en un campo de prisioneros. La historia fue publicada por un periódico francés, y luego por uno alemán, y las cartas de familias desesperadas de los dos bandos comenzaron a llegar al rey de España, hasta más de 200.000.
Pronto fue desbordada la secretaría privada del rey; primero se recurrió a voluntarios, señoras de la alta sociedad que hablasen idiomas, porque llegaban cartas de todas las naciones europeas. Al final se formó una eficaz Oficina de la Guerra Europea con 46 personas, con métodos de archivo y clasificación novedosos, porque la situación no tenía precedentes.
La labor humanitaria fue ingente, además de la búsqueda de desaparecidos se impidieron 79 ejecuciones, y se logró el intercambio de millares de prisioneros que así recuperaron la libertad, entre ellos el más famoso bailarín de la historia, Nijinsky, o la estrella de la chanson francesa Maurice Chevalier. Y todo ello sin recurrir a los presupuestos del Estado, con las rentas del Patrimonio Real.
Esta epopeya de la dignidad tan desconocida –nadie recuerda que Alfonso XIII fue propuesto dos veces al Premio Nobel de la Paz– se refleja en la que sin duda es la exposición histórica más interesante de la temporada. Además del aspecto histórico, Cartas al Rey sirve también para mostrar cómo los funcionarios que, con distintos regímenes, han pasado por el Palacio Real, han sabido preservar la memoria del pasado.
Parece un milagro, en un país que pasó por la iconoclasia y los estragos de la Guerra Civil, que se hayan conservado cientos de miles de cartas, fichas, expedientes, millares de fotografías y mapas, y hasta el pesacartas que servía para franquear el correo que llevaba esperanza a las familias de prisioneros y desaparecidos.
Luis Reyes Blanc
*Artículo publicado en La Aventura de la Historia, número 242.
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