Tan ecuánime es devolver bien por bien como mal por mal. Pero así como la gratitud se justifica por sí misma, la venganza tiene un deber: ser bella. El buen vengador respira, proyecta, ejecuta, se cobra la deuda sin intereses usureros y se marcha sin gestos triunfales. Esas son las reglas. Por el contrario, el alucinado y rabioso suele resultar apresurado y excesivo, y entonces la venganza se anula a sí misma y se convierte en represalia, que no es exactamente lo mismo. Para Alexandre Dumas, un vengador comme il faut, la literatura fue una forma de venganza. El conde de Monte Cristo no solo es la historia de un ajuste de cuentas, sino que es también un desquite del autor contra quienes le habían ofendido.
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