En la noche del 25 de octubre de 1605 moría en Agra el emperador Akbar, llamado el Grande, dejando a su sucesor un vastísimo Estado unificado, de casi tres millones de kilómetros cuadrados (mayor que la Persia safawí y la Turquía otomana y comparable a la China Ming), con una población de cerca de ciento cincuenta millones de habitantes y con un grado de riqueza y un esplendor cultural que se han hecho proverbiales.
Cuatro siglos después resulta oportuno recordar a aquel asombroso personaje, cuyos restos, si no fueron profanados por el saqueo de la casta de los jats, a fines del siglo XVII, deben reposar en el mausoleo de Sikandra, cerca de la ciudad imperial de Agra.
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