Don Severo Ochoa fue, y sigue siendo, ejemplo de rigor científico, de templanza, de permanente disponibilidad para la ayuda, de confianza sin límites en las facultades distintivas de la especie humana. Mi relación con él se remonta a 1956, tres años antes de que le otorgaran el Premio Nobel, cuando el profesor Santos Ruiz solicitó su consejo, que obtuvo en breve, en relación a mi tesis doctoral.
Este contenido no está disponible para ti. Puedes registrarte o ampliar tu suscripción para verlo. Si ya eres usuario puedes acceder introduciendo tu usuario y contraseña a continuación: