Los servicios secretos han tenido que adaptarse a los nuevos vientos que soplan en este acelerado siglo XXI y han fortalecido sus divisiones de ciberseguridad con personal muy cualificado que hasta hace bien poco eran hackers, es decir, piratas informáticos perseguidos por la ley.
A los analistas “analógicos” de toda la vida se han unido grupos de jóvenes “digitales”, programadores capaces de penetrar, a través de los más potentes cortafuegos, en los nodos de las páginas web de organizaciones nacionales estratégicas, como centrales nucleares o ministerios.
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