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orges le dedicó hermosos versos, Freud confesó la dependencia de sus enseñanzas, Goethe que había obrado maravillas en él y Hegel que “para ser filósofo, primero hay que ser spinozista”. Son numerosos los ejemplos que hablan del predicamento que las enseñanzas del pensador holandés Baruch de Spinoza ganaron a lo largo de los años. Lo tuvieron al principio un selecto y mínimo círculo de seguidores a quienes maravillaba con su sorprendente razonamiento, sus inusuales ideas y sus modernas insinuaciones. Trescientos cuarenta años después de su muerte en 1677, los siglos, el conocimiento y la extensión de su legado siguen incorporando audiencia y entusiasmo a la comunidad spinozista.
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