El azafrán (Crocus sativa) es la especia más cara y valorada del mundo, un milagro de la naturaleza que sirve para casi todo: para condimentar, para teñir, para curar, para perfumar o, también, como afrodisiaco. En la cocina española aromatiza la paella, la fabada o el pote gallego; en la italiana, el risotto; en Arabia, el café; en la India, el helado… Ya culturas antiquísimas como los sumerios y acadios lo consideraban un producto de lujo. Bienvenidos a la Fiesta del Azafrán de Consuegra.
Uno de los mejores azafranes del mundo se cultiva en un pequeño pueblo de Toledo que le rinde homenaje cada año durante el último fin de semana de octubre. En torno a la excelsa flor que produce su planta, gira la concurrida Fiesta del Azafrán de Consuegra, considerada de Interés Turístico Regional. Un certamen que ha ido evolucionado desde un evento agrícola y ganadero a otro de marcado carácter turístico. Consuegra celebra este año la LVII edición del festival, un evento que aúna tradición, folclore y gastronomía desde 1963.
El cultivo del denominado “oro rojo” de Castilla-La Mancha supone un proceso lento y laborioso que, salvo contadas innovaciones, se realiza exactamente igual que hace cien años. Y por su estratégico emplazamiento, calidad de la tierra y benigno clima, encuentra en Consuegra una de las zonas más propicias para su desarrollo. Procedente de Oriente Medio, el azafrán llegó a este lugar de La Mancha en la Edad Media, para introducirse como complemento a la agricultura tradicional, dominada por el cereal, la vid y el olivar. La importancia que adquirió a partir de ese momento fue tal que en 1183 el rey Alfonso VIII reservó para la Corona un tercio del azafrán que se cultivaba en Consuegra.
En la Fiesta del Azafrán de Consuegra el viajero podrá visitar los campos púrpura, presenciar (e incluso participar) en la recolección, monda y tueste del azafrán y en los concursos de extracción de las pequeñas hebras rojas de la flor. Son días cargados de historia, cultura, tradición y gastronomía, embriagados por el intenso aroma que desprenden las flores, que llenan las calles del municipio.
«Procedente de oriente medio, el azafrán llegó a la mancha en la Edad Media. En 1183, el rey Alfonso VIII reservó para la corona un tercio de su producción
El acto que suscita mayor atención y participación de público es la monda, consistente en separar el azafrán de la flor. Se trata de un proceso que se realiza de forma completamente manual y en él se valora tanto la rapidez como la limpieza. Hay tres concursos: el viernes, de ámbito local; el sábado por la tarde, de carácter regional; mientras que el domingo por la mañana se da paso al concurso nacional, donde los participantes deben vestir el traje típico correspondiente a su localidad. Todo bajo la atenta presencia de Dulcinea, una especie de reina de las fiestas, una dama escogida entre las jóvenes de la ciudad. Importante recordar que Consuegra fue devastada por una inundación en 1891, y el acto de la monda se convirtió en un homenaje a los 359 vecinos que perdieron la vida aquel fatídico día.
La muerte del hijo del Cid
Junto a la Fiesta del Azafrán, Consuegra celebra otra festividad de marcado interés para el viajero amante de la historia y las tradiciones populares. Desde 1997, a mediados de agosto, se rememora la batalla y asedio del castillo que tuvo lugar en el año 1097 entre las huestes almorávides y el ejército cristiano del rey Alfonso VI, en la que murió Diego Rodríguez, hijo del Cid Campeador.
Una visita a Consuegra aparejará la ocasión de visitar sus famosos molinos de viento alineados sobre el cerro Calderico, donde uno de los once existentes, el llamado Sancho, realiza ese fin de semana la “Molienda de la Paz” y reparte la harina entre los visitantes. Precisamente, dichos molinos y una monumental fortaleza dibujan la silueta de Consuegra, que se clava en la retina del viajero desde muy lejos. Aupados en un altozano, desde aquí es posible imaginar la hazaña más sonada del héroe cervantino, don Quijote de la Mancha.
El castillo es antiguo, de origen árabe. Los molinos, de esa otra época, del siglo XVI, en la que, a falta de agua, aquí se apostó por el viento para transformar el trigo en harina. Por eso, es a lo alto donde hay que subir nada más llegar a la villa toledana. Primero, para tomar aire y palpar la magia de La Mancha en toda su dimensión; después, para iniciar un viaje en el tiempo que discurre por la antigua Komsava, la Consaburum romana, la Qusubra islámica, la Consocra medieval y la Confuebra del Siglo de Oro, antes de llegar a la actual Consuegra.
En su imponente fortaleza, el pasado lo cuentan sus piedras, y los fines de semana, durante las visitas teatralizadas, sus propios protagonistas. Animan el recorrido juglares, monjes, campesinos, los nobles que decidieron sobre el futuro del hijo del Cid Campeador, los caballeros de la Orden de San Juan… El viajero podrá descubrir los vestigios que permanecen de tres castillos diferentes entre aljibes, galerías, una ermita, la sala capitular, terrazas y pasos de ronda convertidos en privilegiados miradores de la llanura manchega. Más de trescientos cincuenta años de construcción ininterrumpida fueron necesarios para poner en pie tan insigne baluarte.
Junto al castillo se alinean los molinos, que quizá la imaginación de algún apasionado por el caballero de la triste figura pueda confundir con los gigantes de la obra más universal de nuestras letras. Ahora los miramos con los ojos de Sancho y lucen en el paisaje con esplendor mientras orientan sus aspas. Uno de ellos acoge una oficina de turismo y es uno de los cinco que conservan su mecanismo completo.
Antiguos oficios
Consuegra presume de ser un pueblo típicamente manchego, que tiene a la plaza de España como centro neurálgico y en torno a la cual se suceden calles de calado medieval, con antiguas casas señoriales de sobresaliente rejería rematadas con escudos nobiliarios e iglesias centenarias como la del Santísimo Cristo de la Vera Cruz o el antiguo convento de los franciscanos. La plaza alberga el Museo Arqueológico y, frente a él, se alza el edificio renacentista del Ayuntamiento, con un reloj de sol y, anexos, un arco y la torre del reloj.
Visitar la villa de Consuegra transporta al viajero a un remoto pasado en el que sobreviven antiguos oficios si se acerca a alguno de los talleres de forja toledana, talla en piedra, cuero, alfarería, restauración de antigüedades o cestería, que mantienen la tradición artesanal de una localidad que llegó a contar en su mejor época con cuarenta alfares.
Otra opción de interés para el viajero que visita la villa toledana es gozar del sosiego que proporciona un recorrido por el paseo Ramón y Cajal, dos kilómetros de parques y jardines a orillas del río Amarguillo. A lo largo del camino emergen pasarelas de hierro al más puro estilo Eiffel y la iglesia de San Juan Bautista.
La mejor despedida de Consuegra es ver caer el sol sobre la colina, donde todavía reinan los gigantes que creyó ver don Quijote con sus aspas y decir adiós a la jornada imaginando la hazaña.
Javier Ramos de los Santos
*Artículo publicado en La Aventura de la Historia, número 228.