San Galgano y la espada

Este caballero medieval toscano renunció a la vida mundana clavando su arma en una roca. A diferencia de la leyenda del Rey Arturo, las fuentes y la arqueología sí sostienen su relato

san Galgano espada

Decía el escritor Leonardo Sciascia que Italia es un país con serias dificultades para encontrar la verdad con exactitud. No porque no sucedan hechos reales y fidedignos, sino por el embellecimiento de los mismos o la cantidad de vectores y líneas curvas que siempre han compuesto sus entresijos. Italia es la metáfora del hombre actual, que necesita, para que todo cuadre, olvidar o rellenar los huecos con imaginación y fábulas. Hay algo de todo esto en San Galgano y su espada en la roca, un enigma donde la historia y el mito se entrecruzan con la magia, la fe, la alquimia y el pecado.

Galgano fue un caballero nacido en el año 1148 en Chiusdino, un lugar fortificado en la cima de una colina que bordeaba el río Merse, a unos treinta kilómetros de Siena en dirección sudoeste, y no muy lejos de Montesiepi, donde se retiraría años después como ermitaño. Su vida de excesos, fruto de un carácter indómito, temerario y excesivo, se detuvo cuando el propio cruzado, que apenas rebasada la treintena, tuvo la visión en sueños del arcángel san Miguel y los doce apóstoles, pocos días después de la muerte de su padre.

Pese a que su madre Dionisia y su novia Polissena intentaron convencerle de lo contrario, fue imposible ponerle diques al mar: Galgano Guidotti recibió la orden de construir una casa en honor a dios, María, Miguel y los doce acólitos de Jesús. Se dejó guiar por su caballo, que le condujo hacia Montesiepi, y plantó la espada en la piedra como una cruz, convirtiéndose en un siervo del Señor. Una transformación de su vida, de la violencia al amor (al contrario de Arturo), un mensaje eterno a través de una luz divina, similar a la de Sant’Eustachio en la batalla o a la de la conversión de san Pablo al caer del caballo, inmortalizada siglos después por Caravaggio.

San Galgano clavando la espada en la piedra. Escultura de mármol de Giovanni di Agostino, primera mitad del siglo XIV, Pinacoteca Nacional de Siena.

Tras su conversión en 1180, vivió en una cabaña situada en la colina, donde se dedicó a meditar y predicar. Allí, junto a su espada mutada en cruz, murió.

El Papa contra el Emperador

Fue enterrado en la rotonda de Montesiepi, edificada entre 1182 y 1185, año en que fue consagrada para ser acogido en esta iglesia de planta circular interrumpida por un pequeño ábside, situado junto a la capilla Lorenzetti, de realización posterior y donde se conservan dos antebrazos humanos momificados de naturaleza desconocida. Un lugar donde se entrelazan juegos de luces y simbologías pitagóricas a través de números. Donde los halos se proyectan en las paredes al amanecer y al atardecer de los días de equinoccio y solsticio, evocando símbolos místicos y teológicos. Porque Galgano, como Dante, Tomás de Aquino, Francisco de Asís o Teresa de Ávila vivió en un mundo donde convivían alquimia, astrología, herejía y fe.

La confirmación histórica precisa que Galgano, ya convertido en santo, murió en 1181, justo cuando acababa de reunirse con el papa Alejandro III, quien le encargó construir una abadía cerca de la capilla para acoger a la gran cantidad de fieles y peregrinos que acudían al santo demandándole milagros. Tampoco la vería nacer, ya que las obras se culminaron en 1268, cuando el gótico francés estaba pidiendo la vez en Italia. De cruz latina, este edificio religioso cisterciense conserva hoy solamente el esqueleto, lo que le otorga un aspecto metafísico, misterioso, similar a los ambientes nórdicos, a las nieblas de Avalon o a las sombras de De Chirico.

Cipreses para un santo

Los cipreses típicos de la zona custodian y protegen la historia del santo, quien fue canonizado en 1185 por el obispo de Volterra Ildebrando Pannocchieschi, cuatro años después de su último aliento. Supuso el primer proceso regular del que la Iglesia tiene noticia. Entonces Italia no existía aún como país unificado (no lo llegaría a ser hasta el siglo XIX), y, además, en la Toscana, güelfos y gibelinos se disputaban el dominio del mundo, un mundo que contaba con Federico I Barbarroja como emperador, mientras que Alejandro II y Lucio III se sucedían en la cátedra de San Pedro. Y todo ello con el trasfondo del nacimiento de las primeras agregaciones lingüísticas y regionales en la península italiana.

La historia de Galgano de Montesiepi constituye un problema histórico por sus características absolutamente singulares. Las gestas de este caballero, convertido en asceta tras clavar su espada en la roca –según la tradición– como renuncia a la vida mundana, son similares a las aventuras épicas y legendarias del Santo Grial, la Mesa Redonda y el rey Arturo, quien en lugar de clavar la espada, la extrajo para comenzar su labor como cruzado. Sin embargo, así como la mayor parte de la vida del monje toscano se sostiene con fuentes (también arqueológicas) y testimonios históricos sólidos, las del caudillo britano se pierden entre plomizas nebulosas.

Uno de los muros que se conservan de la Abadía de Montesiepi, construida en el siglo XIII para acoger a la gran cantidad de fieles y peregrinos que acudían a San Galgano pidiendo milagros.

Pese a que fue Geoffrey de Monmouth en el libro Historia de los reyes de Britania quien comenzara a hablar por primera vez, allá por 1130, de Excálibur, lo cierto es hubo que esperar hasta 1190 para la aparición de Materia de Bretaña, un conjunto de escritos en forma de poemas y fábulas que intentaba profundizar en la leyenda del rey y sus hidalgos, difundido en Europa a través de los trovadores, que encontraron cobijo, sobre todo, en la corte de Aquitania. Más que acercarse a la verdad, estos textos pudieron significar los últimos vestigios de la resistencia romano-británica, desaparecida de forma más completa que su equivalente en otros lugares del Imperio occidental, convirtiéndose en el postrer intento de evocar las habilidades en el combate que poseía la caballería del último ejército imperial, suplantado entonces en todo, incluso en la lengua, por los invasores germánicos.

Fue el escritor Chrétien de Troyes quien bautizó como Camelot su reino en el poema Perceval, y Rober de Boron quien dio impulso al resto de personajes (Lancelot, Merlín, Ginebra…), aunque ninguno se acercó a la realidad tanto como los estudiosos de Galgano, cuya espada fue declarada auténtica tras haberse efectuado diversos análisis científicos, dirigidos en los últimos años por el investigador del departamento de química orgánica de la Universidad de Pavía Luigi Garlaschelli. Además, a juzgar por la parte visible, podría corresponder al estilo de las del siglo XII, según la clasificación universalmente aceptada de Ewart Oakeshott, quien fuera uno de los máximos expertos en espadas medievales, así como consultor de la Royal Armouries de Leeds.

Pero en Italia, a veces, nada es lo que parece: Galgano clavó la espada cuando la leyenda de Arturo y la Mesa Redonda (uno de los caballeros se llamaba Galvano) ya se estaba difundiendo, aunque es cierto que su consolidación tuvo lugar en 1200, paradójica y posiblemente inspirada en el santo toscano, del que no se puede descartar que él mismo haya sido el verdadero Arturo, que su espada se llamara Excálibur y que esta ejerciera como candado del Santo Grial, que en realidad podría ser el cáliz de Jesús en la Última Cena. La forma de la rotonda de Montesiepi es similar a una copa del revés. El Belpaese siempre fue amante de la dietrología, algo así como el lado oculto de los acontecimientos.

Julio Ocampo

*Artículo publicado en La Aventura de la Historia, número 229.

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