La literatura sobre la civilización etrusca suele adscribirle el epíteto de “misteriosa”. Lo más exacto sería decir que nuestro conocimiento de ella es incompleto, al modo de un puzle sobre el cual disponemos de agregaciones sectoriales perfectamente configuradas –el arte, los usos religiosos, la artesanía y el lujo, las formas de producción, los grandes hitos de su evolución hasta la conquista por Roma–, en tanto que otras, como la intrahistoria de esas sociedades que se desarrollan entre los siglos VIII y III a.C. al norte del Tíber y los cambios políticos, se encuentran en el vacío ante la ausencia de una literatura sobreviviente y el proceso de absorción y asimilación por la civilización romana que se dio entre los siglos II y I a.C., cuyo indicador más elocuente es la total sustitución de la lengua propia de los rasenna, pues así se autodenominaban, por el latín.
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