En la última década del siglo XIX, Estados Unidos se estaba planteando la conveniencia de adquirir una mayor relevancia a nivel mundial y expandir su influencia sobre áreas que consideraba prioritarias para la seguridad nacional. Cuba era uno de esos puntos. Hacía años que la isla vivía en permanente estado de insurrección, lo cual estaba dañando las inversiones norteamericanas y se consideraba una amenaza para la defensa de los Estados Unidos y para la estrategia que pretendía desarrollar en el área del Caribe, sobre todo ante la esperada apertura de un canal interoceánico. Había intentado intervenir en los asuntos de la isla y había presentado ofertas de compra y solicitudes de independencia al Gobierno español, que había rechazado cualquier injerencia.
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