Los rebeldes tenían barbas y eran jóvenes, poderosos, invencibles. Bajaban de Sierra Maestra, salían de los montes donde habían luchado, a caballo, en carros militares, en los tanques arrebatados al ejército constitucional, en camiones de altos barandales. Y las medallas de todas las vírgenes, los crucifijos y los collares de santajuana que se prendieron en el cuello y en las camisas deshilachadas, le daban un aire místico a la libertad que le llevaron a Cuba en enero de 1959.
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