“Uno de los viejos conceptos que el Nuevo Estado había de someter más urgentemente a revisión era el de la Prensa (…) no podía perdurar un sistema que siguiese tolerando la existencia de ese “cuarto poder”, del que se quería hacer una premisa indiscutible”. Ya en sus primeras líneas, la Ley de Prensa de 1938 demuestra el fuerte interés que los sublevados tenían en reorganizar y reorientar la profesión periodística hacia los preceptos de su “Movimiento Nacional”. El control y la vigilancia sobre la prensa y los periodistas eran fundamentales para instruir a los españoles en unos valores y unos dogmas que garantizasen su adhesión al régimen que estaban edificando. Por eso, tras su victoria, aquellos que trabajaban para periódicos republicanos –no solo periodistas, pues también había colaboradores que desempeñaban otros oficios– padecieron una represión que actuó en círculos concéntricos.
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