Al igual que sucedía en el Antiguo Egipto, los dos ríos que dieron su nombre a Mesopotamia dejaron sentir su influencia en la civilización desarrollada entre sus orillas. La gran diferencia entre ambos estriba en que, si bien el Nilo tiene una crecida anual que llega calmosa y puntual en unas fechas bastante concretas, las aguas del Tigris y el Éufrates eran todo lo contrario. Esto se debe a que la inundación del río africano viene regulada por las lluvias estacionales, en las montañas de Etiopía, pero la de los ríos mesopotámicos solo lo está por la caída de nieve y lluvia en las montañas del Zagros. El resultado son períodos secos que se alternan con otros de avasalladoras inundaciones, las cuales pueden resultar catastróficas para personas y edificios, en especial si estos son de adobe, como era el caso.
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