¡Ay de los rebeldes!

Los castigos de los dioses a los mortales díscolos sirvieron a los Habsburgo de metafórico programa político. Tiziano se encargó de dar forma a la advertencia

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En agosto de 1549 se celebró durante diez días la fiesta del siglo en el castillo de Binche, cerca de Bruselas. Empezó con un torneo fabuloso en el que unos Caballeros Errantes combatieron dos jornadas para apoderarse de la espada mágica en la Isla Afortunada, hasta que finalmente el mago Norabroc fue derrotado por un héroe desconocido llamado Beltenebros, que resultó ser… ¡el príncipe Felipe de España! Y terminó en la medianoche del 31 de agosto, cuando se sirvieron los postres del gran banquete de despedida en la Cámara Encantada. La mesa descendió servida desde un cielo artificial donde refulgían constelaciones y zodíacos, entre fragor de truenos y lluvia de dulces y confites.

Para encontrar algo semejante habría que remontarse cien años, a la Edad de Oro de Borgoña, cuando el duque Felipe el Bueno convocó una cruzada mediante la Fiesta del Faisán en Lille, a raíz de la caída de Constantinopla en manos de los turcos.

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