El 23 de febrero de 1981, el teniente coronel Antonio Tejero asaltó el Congreso con casi trescientos guardias civiles mientras se votaba la investidura como presidente del Gobierno de Leopoldo Calvo Sotelo. Fracasada la asonada, a la mañana siguiente se autorizó la salida de los diputados de la Cámara Baja. En 1983, el Tribunal Supremo condenó a 30 de los 33 procesados por el golpe de Estado, revocando la decisión de la justicia militar un año antes.
Este mes de febrero se cumplen cuarenta y tres años de un episodio que, pese al tiempo transcurrido, sigue sometido al secreto institucional. Ningún Gobierno habido desde entonces ha tenido la voluntad política necesaria para esclarecer todas sus implicaciones, ni permitido a los investigadores acceder a la documentación existente sobre el mismo, justificando su negativa a iluminar los claroscuros que aún rodean este episodio con el argumento de que se trata de un hecho juzgado sobre el que recayó una sentencia firme. Según este relato oficial, el golpe de Estado del 23-F fue obra de un grupo reducido de militares nostálgicos del franquismo que fracasó gracias a la lealtad inquebrantable del ejército a la Constitución y a la actuación decidida del rey Juan Carlos I.
Tras consultar sin restricciones la causa judicial seguida contra los golpistas del 23 de febrero de 1981, pese a no haber transcurrido los plazos establecidos por la ley, en el número 304 se analizan los numerosos hechos sorprendentes que cuestionan una instrucción que renunció a indagar en la trastienda del 23-F, un golpe de Estado en la que hubo políticos, empresarios y periodistas que, cuando menos, alentaron en los meses previos la necesidad de lo que eufemísticamente llamaron “golpe de timón”.
Al calor del reciente 250 aniversario de su fallecimiento y de la exposición que el Museo Naval dedica a su legado, el Dossier que publicamos este mes trata de entender la verdadera dimensión nacional e internacional que Jorge Juan y Santacilia (1713-1773) alcanzó en el periodo de la Ilustración y situarlo en el merecido lugar que le corresponde entre los más grandes científicos de la historia de España.
Conocido con el sobrenombre de “el sabio español” por sus coetáneos europeos, el marino y científico dejó una huella indeleble en la política, la diplomacia, la economía, la geografía y, muy especialmente, en las matemáticas, la astronomía, la construcción naval y la enseñanza militar de su siglo, el XVIII. Una labor que Jorge Juan, en sus propias palabras, realizó durante toda su vida “sin pretender otro fin que el que tienen por objeto las Ciencias todas aspirando a la consecución de la verdad, al servicio del Estado, y al mayor beneficio de la Patria”.
Desde que a los años ingresó en la Orden de Malta y a los dieciséis, en la Academia de Guardiamarinas de Cádiz, hasta sus dos misiones más conocidas de trayectoria: su expedición al virreinato del Perú para medir un grado del meridiano terrestre, con objeto de conocer la verdadera forma de la Tierra, y su servicio de espionaje industrial en Londres, que aplicado a la construcción naval española desembocaría en un novedoso método que adoptó su propio nombre: “sistema Jorge Juan”.
Pero no solo. El marino fue una figura poliédrica que sirvió a tres reyes –Felipe V, Fernando VI y Carlos III– y a los sucesivos secretarios de Marina, como Ensenada o Luis María de Salazar, quien llegaría a calificar a Jorge Juan como “oráculo del gobierno”, a quien todo se consultaba, y como “su principal recurso en los negocios arduos o apurados”.
La génesis y desarrollo de la Operación Big week, que marcó el principio del fin del dominio de la Luftwaffe en la Segunda Guerra Mundial; el estudio Paz en la guerra, la gran novela de Miguel de Unamuno sobre la contienda de 1872-1876 y el triunfo del estado-nación liberal, burgués y capitalista sobre el carlismo; un texto sobre los soldados de cuera, que durante siglos sostuvieron el embate de los indios y de las naciones europeas rivales en las gigantescas extensiones de terreno de lo que hoy son los Estados Unidos y un perfil sobre Tomás Moro, el humanista que alcanzó el puesto más alto en la administración de la Inglaterra de Enrique VIII (responsable de su ascenso y también de su caída) vertebran, entre otros muchos otros temas, el ejemplar.
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