La consolidación del cristianismo como una poderosa herramienta al servicio del Estado no fue inmediata, aunque, alrededor del año 476, ese hito cronológico que señala convencionalmente la caída del Imperio, el cristianismo ya había culminado un lento progreso, iniciado con el paso de religión perseguida a tolerada en el año 313, cuando Constantino y Licinio acordaron en Milán “conceder a los cristianos y a todos los demás la facultad de practicar libremente la religión que cada uno desease”. Y poco a poco, la nueva fe fue calando en los círculos de poder hasta alcanzar el estatus de religión oficial bajo Teodosio. Este emitió el 28 de febrero de 380, desde Tesalónica, un edicto en el que declaró el credo niceno como religión oficial.
Finalmente, el Estado dejó de ser el máximo responsable del culto politeísta, del mantenimiento de su aparato sacerdotal y del cuidado de sus recintos sacros. La religión cívica, ya sin el auxilio estatal, sobrevivirá al amparo de la iniciativa privada y su presencia irá haciéndose cada vez más débil, arrumbada progresivamente a los lugares más recónditos del territorio provincial, donde aún quedarán huellas de su práctica más allá del siglo VI.
Artículos de este dossier
Este contenido no está disponible para ti. Puedes registrarte o ampliar tu suscripción para verlo. Si ya eres usuario puedes acceder introduciendo tu usuario y contraseña a continuación: