Los mexicas sabían que la alianza hispano-tlaxcalteca estaba muy debilitada, por lo que poco después de sepultar a los caídos prepararon el combate final, confiados en su victoria. La batalla de Otumba, librada el 7 de julio de 1520, tan solo siete días después de la jornada de la Noche Triste (ver La Aventura de la Historia, número 260), fue la última ocasión de cambiar el rumbo de la guerra. No fue una batalla más, pues en ella se iba a dirimir si acabarían definitivamente con los extranjeros o si estos terminarían imponiendo su supremacía. Con razón, los cronistas la señalaron como la contienda más memorable de toda la conquista.
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