La figura del hijo menor de Colón es poco conocida. Quizá porque haya sido minusvalorada. Quizá por el prejuicio de un apellido polémico. Lo cierto es que acaba de renacer gracias al libro Memorial de los libros naufragados de Edward Wilson-Lee. Su inicio es cuando menos inquietante. Hernando agoniza y, de repente, tiene un gesto que anticipa la vanitas barroca, el arte de morir despreciando los bienes terrenales. Pide a los criados que le unten la cara con lodo del Guadalquivir. Quiere escenificar la máxima “polvo eres y en polvo te convertirás”. Después, en un giro sin precedentes, hace testamento: ¡deja la herencia a su biblioteca! Parece un cuento de realismo mágico.
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