A partir de 1526, con la conversión forzosa al cristianismo de los últimos mudéjares de España, los de la Corona de Aragón, ya no quedaban en la península ibérica españoles de otra religión que no fuera la cristiana. O, al menos, esa era la teoría sostenida por el Estado y la Iglesia. La realidad, por supuesto, era bien otra. La conversión forzosa de miles de judíos y musulmanes españoles –en 1492 y antes (para los judíos); entre 1499 y 1502 (para los musulmanes de Granada y los mudéjares de Castilla), y en 1525 y 1526 (para los mudéjares de Valencia y Aragón)– dejó a un gran número de españoles en una especie de limbo religioso, con una doble identidad, sin ser ni una cosa ni otra.
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