En 1918 surge un arma específica para combatir a los carros de combate: el fusil antitanque, para compensar la desventaja de la infantería ante la irrupción de estos vehículos.
Hasta comienzos del siglo XX, las corazas que había que agujerear –dejando a un lado los escudos y armaduras de antaño– eran las de los barcos de guerra blindados; ningún vehículo terrestre estaba acorazado.
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