La vida, la muerte, los dioses decidirán”, escribía el general Muruyama cuando navegaba hacia Guadalcanal para asumir el mando que le habían asignado. Los dioses y, más bien los medios, decidieron en contra de Muruyama, cuyos feroces ataques del otoño de 1942 contra las posiciones norteamericanas se saldaron con reiterados y sangrientos fracasos. En diciembre, Tokio advirtió la inutilidad y el insoportable coste de su empecinamiento por echar a los norteamericanos de Guadalcanal y decidió retirar de ella al general y a sus agotadas tropas. Hace ochenta años, comenzaba el ocaso del sol naciente en la campaña del Pacífico y la larga marcha norteamericana hacia la victoria.
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