En estos aciagos tiempos en que hemos visto desmoronarse sobre nuestras cabezas a algunos de los gigantes financieros de América y Europa no viene mal recordar aquello de los “ídolos de pies de barro”, o “gigantes de pies de barro”, que también se dice. Ha sido una expresión siempre repetida en tono moralista para, en unos casos, denunciar la inconsistencia de instituciones y empresas de todo tipo, no sólo económicas; en otros, para explicar su previsible estrepitoso fracaso.
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