La propensión de los hagiógrafos jesuitas de Ignacio de Loyola (1491-1556) a atribuirle una predestinación a la santidad desde que partiera de su Azpeitia natal, en 1522, ha supuesto un impedimento para identificar con nitidez al personaje de carne y hueso. Bajo este criterio, fue borrado todo rastro de su vida anterior a esa fecha, que por lo que sabemos, no fue demasiado “ejemplar”. Y en esa misma línea, apenas se ha abordado el importante papel que desempeñaron numerosas mujeres en la trayectoria vital de Ignacio de Loyola, a través del constante y decidido apoyo anímico y económico que le proporcionaron, antes y después de que fundara la Compañía de Jesús.
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