Desde su nacimiento, la Orden del Temple se enfrentó a varios problemas. El primero era hacer comprensible su carisma al conjunto de la sociedad cristiana, que tardó en digerir el doble compromiso religioso y bélico que encarnaban los freires. No menos dificultades encontraron los primeros nueve hermanos templarios para su propia subsistencia, si creemos el relato del obispo y cronista Guillermo de Tiro († 1185), que afirma que debieron recurrir a la caridad para vivir y vestirse durante los años inmediatamente posteriores a la fundación de la orden y su instalación en la iglesia del Templo del Señor de Jerusalén.
Aunque parezca exagerado, lo cierto es que entre 1127 y 1129 Hugo de Payns y cinco compañeros realizaron una gira por Europa para recabar de las autoridades seculares y religiosas continentales apoyos materiales y reclutas para su institución. Aquel modesto patrimonio pronto se engrandeció con nuevas tierras, derechos, rentas y armas, que convertían a la orden en beneficiaria de múltiples donaciones, legados o dádivas.
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