En 1095, el papa Urbano proclamaba un nuevo tipo de guerra santa, indulgenciada y meritoria, en defensa de los Santos Lugares y la Iglesia en general. Cuatro años más tarde, la multitud de peregrinos en armas, con la cruz sobre su pecho, que constituirían la llamada primera cruzada conquistaba Jerusalén estableciendo, de paso, los diferentes reinos latinos de Ultramar.
De norte a sur eran: el condado de Edesa –que cayó en 1144–, el principado de Antioquía, el condado de Trípoli y, finalmente, el reino de Jerusalén, al que el resto de principados y condados debía teórica fidelidad, por llamarlo así. A ellos se les podría unir en el norte el reino armenio de Cilicia que, aunque totalmente independiente, en muchas ocasiones actuó en conjunción con los reinos cruzados y permitió la presencia de fortalezas de las órdenes militares en su territorio.
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