Tanto san Bernardo, abad de Claraval, como Pedro el Venerable, abad de Cluny, se refirieron a los templarios en los primeros años de su existencia como hombres que se asemejaban a los monjes en sus virtudes pero que, en sus acciones, obraban como lo hacían los caballeros. Al expresarse así, ambos elevados representantes de la Iglesia de la primera mitad del siglo XII, en realidad estaban mostrando su perplejidad ante una institución que, en palabras de una especialista contemporánea, había protagonizado una auténtica revolución.
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