A los ciento cincuenta años del nacimiento de Kierkegaard, el 5 de mayo de 1813, su pensamiento se mostraba en su mejor forma. Mucho más que en la época en la que le tocó vivir para la que siempre fue un excéntrico incomprendido, de modo que en 1964 la Unesco organizó unas jornadas bajo el título Kierkegaard vivo, donde participó lo más granado de la intelectualidad como Heidegger, Karl Jaspers, Gabriel Marcel o Jean-Paul Sartre.
Hoy, más de doscientos años después de su nacimiento, el legado del danés sigue siendo básico para el individuo contemporáneo instalado definitivamente en esa identidad, la de individuo, y visitante a tiempo parcial –o no tan parcial– de otros conceptos kierkegaardianos como la angustia, la desesperación o el vértigo. Su obra traspasa los siempre abiertos campos de la filosofía y se extiende por los de la literatura.
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