El 23 de diciembre de 1942 rugía la batalla del Myshkova y las esperanzas de una ruptura del cerco hicieron florecer las sonrisas en Stalingrado. ¡Viene Manstein, viene Manstein!, clamaron emocionados los asediados. Famélicos y derrengados a causa de las minúsculas raciones que recibían desde hacía un mes, apenas capaces de sostener las armas, los soldados del 6º Ejército de Von Paulus concibieron esperanzas de volver a casa antes de que terminaran las navidades. ¡Viene Manstein! ¡Viene Manstein! Y hasta sus oídos, cuando el viento soplaba del sudoeste, llegaba el lejano fragor de la batalla del Myshkova, donde los blindados de Hoth trataban de ampliar la cabeza de puente y avanzar frente a fuerzas que les cuadruplicaban…
Las esperanzas se congelaron en cuestión de horas. Los cercados percibieron nítidamente cómo el fragor de la batalla se alejaba. Aquellos 50 kilómetros que separaban la bolsa de Stalingrado de la punta de lanza de Hoth, una distancia que la víspera parecía insignificante para los blindados del LVII Panzerkorps, se convirtieron en una inmensidad. Hoth, con unas fuerzas muy gastadas y amenazado en sus flancos, tuvo que abandonar sus posiciones en el Myshkova y retroceder los 130 kilómetros que había avanzado durante las dos semanas anteriores.
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