Entre los muchos posibles, la elección de mi personaje histórico favorito en este momento no podría ser otra que la de Desiderio Erasmo de Rotterdam (1467?-1536), figura descomunal hacia la que profeso gran admiración desde hace ya muchos años, mucho antes de haber tomado prestado su luminoso nombre (ERASMO) como pseudónimo (15-10-98) para firmar mi columna diaria en El Mundo. Acaso desde una primera lectura de su Encomio de la estulticia, su Elogio de la locura, obra que él consideró casi como un juego o un divertimento –y así ocupar las muchas horas de inactividad de un viaje a Inglaterra y que dedicó a su amigo Tomás Moro, en cuya casa finalizó su redacción.
Sin embargo, el Elogio conserva hoy toda su fuerza, su frescura de texto vivo, ingenioso, brillantísimo y, sobre todo, heterodoxo y altamente subversivo para los valores religiosos de la época.
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